Señor Director:
Hay ocasiones donde el pudor desaparece completamente del debate político. Comúnmente esto se da cuando el beneficio electoral es mayor a la vergüenza que se está dispuesto a asumir.
Es lo que está ocurriendo en la actual discusión del voto obligatorio, donde la calculadora electoral pareciera ser la principal herramienta del Gobierno. Su obviedad poco importa, con tal de obtener el resultado deseado.
Así, los mismos que hace pocos años pretendían abrir indiscriminadamente nuestras fronteras, hoy no solo asumen un discurso chauvinista, populista y contradictorio con su identidad política, sino que presionan de modo cuestionable para defender sus intereses: si no se restringe el voto migrante, el voto obligatorio se queda sin multa.
Llama la atención que esta línea argumentativa provenga del ministro del Interior, Álvaro Elizalde, pues choca con la actitud institucional que mostró en las reformas que lideró desde la Presidencia del Senado.
Este chantaje, que se impone sin pudor ni disimulo, nos recuerda a Marx, pero a Groucho y no a Karl: “Estos son mis principios y si no le gustan, tengo estos otros”.
Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Carta publicada en La Segunda, el 08 de agosto
