Es necesario que la gravedad de las crisis de la seguridad y la economía chilenas sigan siendo visibilizadas en la deliberación política y en la carrera presidencial. Pero es crucial no olvidar que ambos fenómenos responden a causas menos visibles que, si quedan enterradas en el olvido, seguirán alimentando el lamentable estado de cosas. Se trata de crisis silenciosas que todo lo socavan, y como ríos subterráneos, terminan desembocando en los torrentes de inseguridad y estancamiento económico que hoy ocupan titulares.
Una de esas causas es la desintegración familiar y de los vínculos interpersonales. Esta herida explica, a su vez, muchas otras. Tal como muestra la investigadora norteamericana Mary Eberstadt, “la familia extendida era, en un sentido real, la primera tribu y el primer maestro. Pero con su declive sin precedentes, generaciones de personas han quedado a la deriva y ya no pueden responder a la pregunta ‘¿Quién soy yo?’”. Si ese vacío no es llenado por vínculos sólidos, es ocupado por referentes efímeros o destructivos, y se termina erosionando el sentido de pertenencia como factor protector frente a conductas de riesgo.
Como una consecuencia de esa falta de pertenencia, vemos que el suicidio adolescente en Chile es hoy la segunda causa de muerte en este grupo etario (Minsal). No se trata sólo de un indicador sanitario: es una señal de desesperanza, de aislamiento emocional y de pérdida de sentido. Ese desarraigo no se resuelve con mejores campañas publicitarias, sino con entornos familiares y comunitarios que contengan, y transmitan a niños y adolescentes razones para vivir.
A esto se suma el consumo de drogas. Chile encabeza en la región el consumo de marihuana y cocaína en la población escolar. La droga no sólo destruye vidas: crea un terreno fértil para que otras amenazas prosperen (v.gr., el narcotráfico como reemplazante del Estado). Cuando las organizaciones criminales proveen seguridad, recursos y entretenimiento, pasan a ser referentes de pertenencia para jóvenes sin horizontes y a los que hemos arrebatado la esperanza.
Luego está la bomba de tiempo de nuestra era. La crisis de natalidad ya proyecta sus consecuencias sobre el crecimiento económico y los sistemas de seguridad social. Si nuestra sociedad no reemplaza a sus generaciones, estamos condenados a un envejecimiento acelerado, impactando directamente en la sostenibilidad del país en el largo plazo.
Finalmente, atravesamos una angustiante crisis de soledad, que afecta a jóvenes y ancianos. En tiempos de , crecientemente valoramos la convivencia y el compromiso incondicional que solo los amigos y familias reales pueden dar.
Si no abordamos estas fracturas desde su raíz, seguiremos administrando crisis visibles mientras las invisibles se agravan, produciento otras tantas. ¿Habrá algo más urgente que proteger los cimientos que sostendrán el largo plazo?
Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en La Segunda, el 14 de agosto
