Se ha dicho mucho sobre la reciente decisión de la Democracia Cristiana de plegarse a la campaña de la candidata del Partido Comunista, Jeannette Jara. Una decisión trascendentalmente grave para un partido que surgió a mediados del siglo XX como vía intermedia entre el capitalismo y el marxismo. Y una vía intermedia que no era sinónimo de tibieza política, o de un vacuo contractualismo, sino de una firme determinación de la concepción de hombre, la sociedad y el Estado. Esa disposición les permitió denunciar que ambas vías con las que se enfrentaban –el liberalismo salvaje y el colectivismo marxista– terminaban por degradar a la persona, por lo mismo los fenómenos democratacristianos fueron varios en Europa y América y permitieron soluciones institucionales –de inspiración cristiana– ante peligros autoritarios.

La historia demócrata-cristiana en Chile es palpable y sobre la cual pueden ser derramados ríos de tinta. Repasemos algunos: se alzaron como el gran partido de la representación campesina, impulsaron una modernización agraria sin precedentes, permitiendo la superación de sistemas sociales anacrónicos. Aunque permitieron el ascenso al poder de la Unidad Popular con la fracasada tesis de Radomiro Tomic: “la unidad política y social del pueblo”, fueron arduos en denunciar los excesos del gobierno de Allende. Tres días antes del Golpe, Patricio Aylwin ante miembros de su Partido decía “el gobierno de la Unidad Popular acentúa, cada vez más, sus tendencias totalitarias en la búsqueda del poder”. Luego, fueron firmes defensores de la recuperación democrática con una institucionalidad robusta, lejana de utopías que acrecentaran la división del país. En paralelo a ello realizaron un trabajo territorial admirable: llegaron a tener 16 de las 17 federaciones de estudiantes universitarios del país, la presidencia de la CUT con Manuel Bustos y la dirigencia de los trabajadores del cobre con Rodolfo Seguel. Además de un amplio respaldo parlamentario: en 1965 tenían 82 de 145 diputados y 11 de 50 senadores. En 1989, –pleno retorno a la democracia– obtuvieron 38 de 120 diputados y 13 de 47 senadores.

A medida que avanzaban los 2000, su estancamiento parlamentario fue reflejo de su declive político. Lentamente el partido dejó de ofrecer un paradigma distinto al imperante, y se acoplaron rápidamente a la tesis del fin de la historia de Francis Fukuyama que proponía el triunfo acérrimo del capitalismo y de la democracia liberal. El cristianismo fue guardado en un cajón cuya llave no existe, los movimientos sociales de dicha inspiración fueron tomados por la izquierda y los líderes locales de la DC cumplieron su ciclo biológico. Sin contar que el partido mismo fue tomado por “cazadores de cargos”, gente que entró con el mero fin de obtener un trabajo en el Estado, el tan mencionado pituto. Estos crecieron como maleza y esos mismos votaron en la Junta Nacional del pasado sábado 26 de julio. Comprenderá usted sus motivaciones para votar cómo votaron.

De todas maneras, cabe preguntarse si el fenómeno antes descrito atañe solamente a la Democracia Cristiana. Sería deshonesto creer que es así. En el fondo, la crisis de la DC es solo la punta del iceberg de un ecosistema de partidos políticos que giran en torno a la mera transacción parlamentaria y estructuran su labor en base a encuestas periódicas o el conteo de likes. Así como la DC echó al cristianismo a un cajón, los otros partidos naufragan en ideas. Del hombre, la sociedad y el Estado tienen escasa visión y todo indica que de Chile aún menos.

José Manuel Cuadro es coordinador editorial de IdeaPaís. Columna publicada en Hora12, el 02 de agosto