Cuando los gobiernos llegan a su fin, inevitablemente surge la pregunta sobre su legado. Si bien son pocas las cuentas alegres que pueden mencionarse al respecto por parte del Gobierno de Boric, es interesante y también preocupante cómo han intentado formular — influidos por el postmarxismo y post estructuralismo— experimentos de reingeniería social a través de insignes proyectos de ley, aunque no todos gocen del mismo nivel de popularidad o conocimiento público.

Ejemplos hay varios.

Partamos con el anunciado gran proyecto de ley que crea el Sistema Nacional de Cuidados. En un acertado diagnóstico sobre la necesidad de mejorar las condiciones para tanto cuidadores como personas que necesitan de cuidados, el proyecto no sólo omite deliberadamente los derechos y deberes de los padres, sino que busca desfamiliarizar los cuidados como si los grandes dolores familiares y sociales pudieran terminarse al quitar “determinadas cargas” de los individuos. Las familias necesitan ayuda, y mucha, pero la solución no va por reconfigurar las relaciones familiares y traspasar al Estado las cargas, sino por generar las condiciones que permitan que estas puedan realizar de mejor manera los deberes que surgen de los vínculos humanos. La soledad que viven los adultos mayores y el creciente sentimiento de aislamiento que viven los jóvenes debiese llevarnos a reforzar los vínculos humanos, y no a insistir en reemplazarlos de forma burocrática.

El FES es otro ejemplo de reingeniería social. En lugar de fortalecer la calidad de la educación superior, se busca reordenarla. Se promete mayor acceso y justicia, a cambio de instalar un modelo cerrado y dependiente, donde las instituciones pierden autonomía para ajustarse a criterios fijados desde el Estado y los estudiantes pierden oportunidades en un modelo de financiamiento que en sí mismo es un experimento. Quienes no lo hagan quedarán fuera o confinados a nichos segregados, y sectores medios —sin alternativas fuera del esquema— terminarán pagando varias veces su carrera. Sin estudios serios sobre su impacto, el FES sacrifica pluralidad, sostenibilidad y libertad académica en nombre de una equidad que solo existe en el discurso. No es una reforma, es una reingeniería del sistema, diseñada para moldear la educación según la narrativa del poder.

Quizás el más ilustrativo —aunque desconocido a su vez— es el caso  del proyecto de Ley de Salud Mental Integral. En resumen, pretende eliminar los hospitales psiquiátricos de larga estadía y reemplazarlos por una red comunitaria inexistente. Sin infraestructura, profesionales ni recursos, la medida no fortalece la salud mental, la destruye. Jugando con las expectativas ciudadanas en un contexto marcado por nuevos desafíos en la atención de la salud mental, en lugar de tomar acciones en la prevención, capacitación, atención y financiamiento (inexistente), su implementación podría terminar por abandonar a quienes más necesitan ser acompañados.

Para finalizar, otro tanto puede decirse de convivencia escolar. En lugar de reconocer la importante labor de familias y profesores en la educación de los niños y de facilitar el ejercicio de la autoridad en evitar la violencia creciente que se genera por naturales conflictos, se pretende protocolizar y burocratizar a través de consejos, comités y reglamentos, soluciones que los propios colegios podrían determinar en el legítimo uso de su autonomía.

La ideología consiste en anteponer las propias ideas a la misma realidad. El problema de empujar proyectos ideológicos de reingeniería social no es sólo experimentar con la realidad, forzándola erradamente a que sea distinta, sino que la humanidad termina por desnaturalizarse, y con ello resurgen nuevos desafíos y dolores que fuimos incapaces de prever. El Estado debe actuar para el ser humano, y no para deshumanizar nuestra propia naturaleza.

Cristián Stewart es director ejecutivo de IdeaPaís. Columna publicada en El Líbero, el 08 de noviembre